Entender, superar y sanar

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Arte: Daniel Robles.

➡️ Por Andrés H. Martínez / Plumas Invitadas

El Sol estaba en su esplendor y por las calles el viento bailaba, dando vueltas con el polvo. El chiflido del viento invadía las desoladas calles, mientras los habitantes del pueblo se encontraban en sus hogares terminando de comer o comenzando su siesta. Era poco después de las 3:00 de la tarde de un seco 5 de octubre de 1995, en el pueblo alteño de Jalostotitlán, en Jalisco, México.

A Jalos, como se le conoce, también le llaman el Corazón De Los Altos de Jalisco, y fue testigo de la Guerra Cristera. En su centro la Parroquia de la Asunción se estira al cielo queriendo tocar las nubes. 

Las dos torres parecen agujas queriendo picar al cielo para hacerlo llorar. Las campanas acababan de repicar por todo el pueblo, pero nadie prestó atención. Todos estaban en lo suyo.    

Arte: Daniel Robles.

La casa de mi abuela, ubicada a unas cuadras de la plaza, se sentía fresca y -como siempre- olía a comida casera recién hecha. El aroma invadía todos los rincones de la casa, era imposible que la boca no se hiciera agua al olfatear esos manjares. 

En la estufa se mantenían calientes varias ollas de comida. En una de ellas había sopa de fideo y otra contenía frijoles de la olla, estos dos alimentos nunca podían faltar.

Esa tarde, la casa de la abuela estaba mucho más tranquila de lo normal, el bullicio de los trastes en la cocina y las pláticas de mis abuelos y tías estaba ausente. En la sala sólo se encontraban jugando, tranquilamente, mi hermano menor con dos primos. En el comedor esa tarde nada más estábamos mi prima y yo. 

Mi plato de sopa estaba muy caliente. El vapor del caldo impregnó mi cara mientras la meneaba con la cuchara y la soplaba para enfriarla. 

Desde la estufa, mi prima calentaba tortillas de maíz en el comal y trataba de motivarme a comer. Esa tarde ella fue la responsable de la comida porque mi abuela y mis tías no estaban.

Un silencio triste, asfixiante, rondaba a paso lento por la casa de los abuelos. Hasta el ruido que hacía mi hermano y mis primos mientras jugaban era insípido.

El teléfono sonó y en mi corazón sentí un fuerte latido, pero intenté ingerir un poco de alimento. Mi prima, que es mayor, no me dejó contestar. 

“Yo contesto. Tú continúa comiendo”, me insistió mientras caminaba hacia el teléfono a paso acelerado, pero a la vez intentó mostrar compostura. Parecía una especie de preámbulo.

Cuando la llamada entró, seguí agitando mi sopa de fideo para enfriarla porque desde que era pequeño no me gustan los caldos muy calientes, porque siempre me quemaba la boca. 

La voz de mi prima se escuchó a lo lejos, en una de las muchas habitaciones de la casa. Sus respuestas eran cortas y la llamada duró poco. Mis ojos estaban enfocados en el plato de sopa caliente. El vapor continuaba elevándose a mi cara. 

“Ahorita vengo. Termina de comer,” dijo cuando regresó a la cocina. Tras la llamada, apagó el comal y se retiró del cuarto con pasos rápidos, en un esfuerzo por no estallar en un mar de sentimientos.

Andrés Martínez, graduado de la primera generación de Plumas Invitadas.

El silencio de la cocina aumentó y me envolvió con su manto. Me quedé sentado en el comedor. No podía pensar. Sólo mecía la cuchara en la sopa. Sentí una profunda necesidad de llamar a casa.

Sin cuestionarlo, o pensarlo dos veces, puse mi cuchara sobre la mesa y me dirigí hacia el teléfono. Marqué los cinco dígitos y escuché el tono.

“¡Tu mamá! ¡Tu mamá!”, escuché hasta el otro lado de la línea telefónica los gritos inconsolables. No supe quién me habló, pero sí pude distinguir su dolor. En automático, con la mente en blanco colgué el teléfono y salí apresurado de la casa. 

El resplandor del Sol me cegó por un momento. Los rayos del astro rey se reflejaron en la polvorienta calle. Me sentí pálido, como si tuviera mi alma aislada en una habitación cálida, e iluminada con color blanco intenso. 

Aún con la mente en blanco, agarré mi bicicleta y me dirigí a mi casa, que estaba a dos cuadras de distancia. En shock, y por calles empedradas, pedaleé lo más rápido que un niño de nueve años puede. Nunca entendí de dónde obtuve tanta fuerza para pedalear entre tanta roca. Iba tan rápido que parecía que el viento me había elevado… y me condujo a mi destino.

Entré a mi casa corriendo y, aunque había una multitud de gente, evadí a cualquiera en mi camino. Me dirigí a la habitación de mis padres, sólo quería llegar a la cama de mi madre, en donde hacía menos de una hora que la dejé acostada, antes de ir a comer a la casa de mis abuelos. 

Al acercarme al cuerpo de mi madre María De Los Ángeles, me hinqué al costado de su cama y la abracé a la altura del pecho. Aún tenía su olor, pero su cuerpo ya no era el mismo. Tenía los ojos cerrados y su color de piel comenzaba a cambiar. Sus manos ya no me tocaban.

Con mi cara contra su pecho estallé en llanto. Como imán, mis manos se aferraron a su cuerpo, mientras un río de lágrimas recorrió mi rostro y desembocó en la cobija que envolvía el cuerpo de mi madre. 

En ese momento, las leyes del tiempo y el espacio no existieron para mí porque los minutos eran eternos, pasaban muy rápido, y aunque escuchaba el llanto y los lamentos de los demás, sólo escuchaba mi dolor.

A los pies de la cama de mi madre, y al costado, había algunas velas encendidas. Sentí que me asfixiaba de tanto llorar por este profundo dolor que cambió mi vida. 

Mi mundo, a mis nueve años, se derrumbó. Mi futuro era incierto. Aunque había muchas personas alrededor cuidando de mí, conocí por primera vez el sentimiento de la soledad.

28 años han pasado desde el día que quedé huérfano. Son muchas las conversaciones en las que me desahogo de esto, pero son pocas las sesiones de terapia. Han pasado 28 años desde que mi madre partió. Aún sigo intentando entender, superar y sanar.

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Arte: Daniel Robles.

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Plumas invitadas de Conecta Arizona

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Comentarios (2)
  1. Te abrazo con el alma !
    Debe haber sido difícil hacer este escrito ,
    Pero espero también haya siido un poco liberador para el mundo que cargas encima . Besos

  2. Se aprende a vivir con la ausencia pero el dolor persiste, un abrazo desde lo profundo de mi corazón

Los comentarios están cerrados.

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