Documentando a migración

Son las 5:00 de la mañana y los grupos de WhatsApp ya están activos: Hay unos “patas verdes” en el estacionamiento de unos departamentos o en la bajada del freeway; los mensajes de audio advierten de patrullas en gasolineras y tiendas, y los mapas tienen pines marcando los lugares en donde hubo sirenas y detenciones. No termino la primera taza de café y ya son más de 30 notificaciones por el estilo.
En Arizona no ha habido redadas masivas, pero sí un aumento considerable en actividades policiacas relacionadas con migración. Aún no tenemos los números oficiales, pero los mensajes comunitarios respaldan el incremento en detenciones, operativos y encuentros con diferentes agencias de seguridad, desde la policía local hasta los oficiales de ICE. No es una “barrida”, pero sí una intimidación constante.
Los que tienen una situación migratoria segura en el país salen a patrullar las calles. Documentan con sus celulares y las cámaras de sus autos cualquier encuentro que consideran que se alinea con las prioridades de esta administración. Muchos de los reportes terminan en nada, una patrulla estacionada o los oficiales en su hora del almuerzo; pero cada día son más los que involucran interrogatorios, esposas y máscaras. Y, a veces, los testigos se convierten en los detenidos.

Esta semana, en el Condado Maricopa, un activista y líder sindical hispano terminó en custodia de la Policía de Mesa por “interferir” con una investigación. Martín Hernández alega que solo estaba cumpliendo con su obligación social y derecho ciudadano de grabar la interacción de las autoridades en lo que podría haber sido un operativo con consecuencias migratorias. Hernández, quien es ciudadano estadounidense, fue puesto en libertad por la presión de la misma comunidad, activistas y de políticos locales, pero muchos otros, con menos visibilidad, terminan en Eloy con un boleto a sus países sin regreso.
Las personas sin documentos no se quedan cruzadas de brazos. Desde lejos, con mucha precaución y mesura, hacen lo suyo: dan “pitazos”, piden ayuda para verificar redadas y siguen con atención las alertas en sus rutas diarias. A veces son ellas las que documentan cuando a uno de los suyos se los llevaron las autoridades y sus vehículos quedan abandonados o los que “peinan” las carreteras para avisarle a los demás que el “camino está despejado”. Se organizan, se apoyan, se acompañan en las frustraciones y la impotencia del limbo migratorio, pero se contagian fuerza. Por ellas, nadie debería irse en la invisibilidad. Gracias a su vigilancia, todos los encuentros no son solo números, sino nombres y apellidos por los que pelear.
Pero nadie se da a basto.
Ambos, desde sus trincheras, están documentando la historia de una persecución contra minorías fuertes y poderosas, que no se callan ni se agachan, sino que se organizan. En un frente común contra un perfil racial que no distingue papeles; la mera identidad es resistencia. Yo, en mi trinchera, los inmortalizo a ellos.

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