El hilo dorado de la muerte

Hace 40 años vi a mi papá por última vez. Lo recuerdo sentado en la barrita de la cocina, apretándose el brazo y con una mueca que le desfiguraba el rostro. Le pedí leche. Sonrió adolorido y caminó al refrigerador. Ya no lo vi más.
Por más que intento rebobinar mi memoria y volver a ese instante para verlo otra vez, solo pienso en la película “Bambi” en el televisor. En la estancia. Yo acostada en el sillón con el biberón, sabiendo que mi papá estaba a unos pasos, muriéndose, pero disimulando por nosotros. Lo fulminó un infarto.
Sé que mi último recuerdo no es cosa de mi imaginación. Cada vez que cierro los ojos lo recuerdo tal cual, moreno con ese copete, el bigote, la camisa setentera, los brazos delgados pero fuertes; joven, muy muy muy joven como para morirse. Él tenía 35 y yo apenas 3 recién cumplidos. Era el 7 de diciembre de 1985.
Desde entonces, mi papá y yo nos encontramos de vez en cuando por las noches. Pareciera que la oscuridad fuera la cómplice de un lazo que no se rompió con la muerte. Es como si el hilo dorado brillara cuando cae el sol para guiarnos por un camino de recuerdos e inventos para vernos allá, en esa nada que para nosotros lo es todo.

Pero entre más crezco menos lo encuentro y, a veces, siento que me pierdo. Quizá es que solo nos buscamos en sueños y yo cada vez duermo menos. La vida me atropella –o mi ímpetu a ella– y la adultez se apodera del inconsciente hasta en el descanso. Vivo a tal profundidad que me cuesta saber a veces si estoy despierta. Mis sueños son tan reales e intensos que me hacen preguntarme si en realidad logré desconectarme. Pero hay instantes, que me parecen un parpadeo, en que lo veo.
En su aniversario lo busqué.
Este cuerpo exhausto cedió a las ganas de tenerlo cerca. Lo saboreé poquito y creo que por primera vez nos vimos como adultos. Le noté el ceño fruncido y la frente arrugada; tenía ojeras y empecé a notarle un poco flácida la papada.
¿Cómo envejece alguien que es eterno?
Y supe entonces que se trataba solo de mi reflejo. Soy el espejo de mi padre, el cuerpo que lleva los surcos que la muerte le arrebató.
Le vi en el rostro cierta compasión y un deje de preocupación. Sabe que tengo un fuego por dentro con el que juego, que a veces me enciende y otras me devora, y este año, para ser sincera, hay días que me ha calcinado. Y me acurruqué en ese vacío que llenamos con las ganas de abrazarnos.
Ahora yo cargo más años que él y el cuerpo me traiciona como nunca lo sentirá él. Mi papá permanece así tal cual mientras el tiempo me arrebata la dulzura de esa niña a la que arrullaba con la guitarra. Él en lo eterno y yo aquí, jugando a querer dominar el paso del tiempo. Pero lo siento como si yo también me hubiera quedado de tres años. Siento unas ganas de llorar quedito, de dejar de crecer, de soltar la fuerza… de dejarme querer. Y él lo sabe. Por eso vuelve y me busca, porque, a pesar de la muerte, no puede dejar de ser padre.

Queremos que Conecta Arizona sea ese lugar en donde podamos darle un espacio, un eco y amplificar tus historias.
Plumas invitadas de Conecta Arizona

Gracias por compartirnos esa libertad de narrar los sentimientos hasta tal profundidad que los adquirimos como propios.
Tu narrativa es un viaje espléndido de tu ser y la historia que tienes para contarle al mundo.
Eres lo máximo amiga.
Maritza hermosa, siempre tendremos la esencia del ser querido que se nos fue, lo abrazamos en el recuerdo y lo sentimos en el corazón. Nos queda creer que un día los veremos y sentiremos en otro plano, mientras eso sucede sigamos ganando batallas en la tierra. te mando un gran abrazo y felicitaciones por tu profesionalismo y amor a tu carrera!
Eres una ligera de la pluma y de narrativa profunda y real. Me encanta leerte !
Siempre con el sentimiento a flor de piel. Saludos !
Como siempre, tu escritura rebasa toda imaginación , pero deja un pesar en el alma, Dejas tatuado el mensaje , será eso que cautiva tanto tu lectura , no lo sé , por lo pronto solo disfruto ( no se si disfruto o me angustio 🥹🥹🥹🥹) te mando un fuerte abrazo