Madres solteras, entre la esperanza y el desamor

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Arte: Daniel Robles

➡️ Manolo López / Plumas Invitadas

Hay un silencio que sólo conocen las madres solteras. Ese que llega cuando la casa queda tranquila y los niños duermen. Un silencio que no es descanso, sino un espejo donde se asoman todas las dudas, los miedos, la fuerza que se ha gastado durante el día y la esperanza que todavía queda para mañana.

Ser madre soltera es vivir en dos extremos: la ternura infinita y la dureza del mundo. El desamor no siempre fue una elección; muchas veces fue un abandono disfrazado de promesa, un “para siempre” que no duró ni la primera tormenta. Pero, de ese vacío nació una resistencia que pocas personas pueden comprender.

La sociedad suele mirar con lástima, con juicio, con frases envenenadas: “ella se lo buscó”, “es que escogió mal”, “pobre criatura, sin papá”. Nadie ve la batalla invisible: salir a trabajar con fiebre, llegar a casa con las manos partidas y aún así sonreír porque el hijo espera cariño y no cansancio. Nadie aplaude los malabares para pagar la renta, el uniforme escolar y la despensa con el mismo billete que parecía no alcanzar.

El desamor duele, claro. A veces se mete en las noches y se queda entre las sábanas, recordando lo que pudo ser. Pero la esperanza es más terca: se levanta con el primer llanto del niño, con la risa inesperada, con el abrazo pequeño que dice sin palabras “tú eres suficiente”.

En un país donde el machismo aún pesa y la justicia es lenta, las madres solteras son heroínas cotidianas. No de esas de capa y reflectores, sino de las que sostienen el mundo con una bolsa del mandado en una mano y los sueños de sus hijos en la otra.

¿Y el amor? Siempre queda la pregunta. No se trata de cerrarle la puerta al corazón, sino de aprender que no toda caricia merece quedarse, que la soledad no siempre es enemiga y que hay amores —los de los hijos, el propio— que llenan más que cualquier promesa rota.

Entre la esperanza y el desamor, las madres solteras caminan firmes. No piden compasión. Piden respeto. Porque si el mundo entendiera la magnitud de su lucha, sabría que ahí, en esas mujeres que crían solas, late la fuerza que sostiene a toda una sociedad.


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